Por: Edhalí Moreno Cíntora
¿Tener casa propia? Para muchos jóvenes universitarios y recién egresados, más que una meta alcanzable, se ha convertido en un sueño que parece alejarse cada vez más. En México, donde el acceso a la vivienda fue durante décadas una de las aspiraciones sociales más comunes, hoy las nuevas generaciones se enfrentan a un escenario profundamente adverso.
Según el INEGI, el ingreso promedio mensual de personas entre 25 y 34 años ronda los $8,696 pesos. En contraste, el precio promedio de una vivienda nueva en México supera el millón y medio de pesos, de acuerdo con la Sociedad Hipotecaria Federal. Esto significa que, incluso trabajando de manera formal, con estudios profesionales y un empleo estable, la posibilidad de acceder a una hipoteca se vuelve limitada o directamente imposible.
Además, el sistema de financiamiento actual presenta desafíos importantes. Los créditos otorgados por el Infonavit —pensados originalmente como una herramienta social— hoy compiten en tasas de interés con las instituciones bancarias tradicionales, y en muchos casos terminan costando el doble o el triple del valor real del inmueble. Lejos de representar un alivio para quienes comienzan su vida laboral, se convierten en una carga financiera a largo plazo.
Esta frustración no es menor. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), buena parte de los jóvenes en México se encuentra en empleos sin prestaciones o sin acceso a sistemas de ahorro para vivienda. Y si bien las generaciones anteriores veían en la compra de una casa el primer paso hacia la estabilidad, para la mayoría de quienes hoy egresan de las universidades, esa estabilidad es cada vez más abstracta.
En este contexto, es indispensable repensar la forma en que accedemos a la vivienda. Ya existen modelos innovadores que en otros países han dado buenos resultados y que en México comienzan a explorarse:
- Cohousing o vivienda colaborativa, en donde varias personas o familias comparten un terreno y construyen espacios privados con áreas comunes. Esto no solo reduce costos, sino que fomenta redes de apoyo y convivencia.
- Cooperativas habitacionales, que permiten a grupos organizados acceder a financiamiento colectivo, negociar condiciones de adquisición con mayor poder y tomar decisiones de forma democrática.
- Renta con opción a compra, modelo que permite rentar por varios años acumulando parte del monto como enganche para adquirir el inmueble posteriormente. Esta figura ya forma parte de algunas iniciativas legislativas que buscan regularla para ofrecer certeza jurídica tanto al arrendatario como al propietario. Sin embargo, cualquier iniciativa debe garantizar que no se vulnere la propiedad privada de quien arrenda sin la intención de vender.
Estos esquemas representan una respuesta alternativa, pero el cambio estructural requiere una visión más ambiciosa. Por ello, como jóvenes y estudiantes debemos exigir con claridad dos grandes transformaciones:
- Políticas públicas que reconozcan la desigualdad generacional en el acceso a la vivienda. Incentivos reales para primeras viviendas, subsidios enfocados a jóvenes emprendedores y trabajadores formales, así como una reconfiguración del papel del Estado como facilitador, no como acreedor.
- Reformas estructurales que prioricen el acceso progresivo y no la deuda impagable. En lugar de promover esquemas que amarren generaciones enteras a préstamos poco transparentes, es necesario construir modelos sostenibles y realistas de acceso a la vivienda.
Tener una casa no debería sentirse como una fantasía imposible. La vivienda es un derecho constitucional, pero también una base esencial para el desarrollo personal y profesional. Como presidenta del Consejo Coordinador de Mujeres Empresarias del Estado de Puebla y como empresaria en el sector inmobiliario desde hace más de 20 años, sé que otro modelo es posible. Y hoy más que nunca, es urgente discutirlo desde las aulas, desde los foros universitarios y desde el liderazgo joven.
‘Cuando las mujeres lideran, ganamos todos’.